Friday, 25 December 2009

Amor inconstante (cuento turco, traducción)



Fátima era rica y bella. Cuando paseaba en el jardín, ni su vestido largo, ni sus velos podían disimular su gracia. Sus almendrados ojos, negros como el azabache, encendían fuegos que chispeaban sobre pretendientes que asiduamente la cortejaban, y ella podía darse cuenta bien de que todos sus admiradores se interesaban más, en su casa magnífica, en su numerosa servidumbre y en sus joyas preciosas que en ella misma.
Había uno que era particularmente insoportable. La seguía por todas partes, le hacía unas sonrisas melosas que daban náusea. Las palabras que le decía no eran más que una serie de suspiros y balbuceos sosos: “Te amo, mi dueña… mi amor… tu belleza, tu gracia tocaron mi corazón…” No lograba expresarse de manera más inteligente, porque en el fondo de su corazón, sólo pensaba en la esmeralda magnífica que Fátima llevaba en el dedo; se decía que jamás había visto una ni más bella ni más rara. En una palabra, lo que le daba envidia únicamente era la fortuna de Fátima. Pero nada de eso decía, y sonreía dulcemente suspirando “Ohs” y “Ahs”
Cuando ella paseaba, la seguía, daba vueltas alrededor de su casa, y alrededor de su jardín, incluso cuando iba al baño, él la seguía importunando con sus " ¡Ohs!"¡ y sus "¡Ahs!"


Tanto le desagradaba aquel hombre que si lo hubiera podido, no habría salido nunca más de su casa. Es por eso que un día, se volvió precipitadamente hacia él y le dijo sin rodeos: "¿Tú, qué quieres de mi, exactamente?"
El hombre se sobresaltó y balbuceó otra vez su perorata acostumbrada: “Te amo y te venero con todo mi corazón, oh mi dueña… Ah, tu belleza… Oh, espero…”
“En vano esperas”, lo interrumpió con firmeza. No quiero que pierdas tu tiempo diciéndome puros cuentos. Pero posiblemente tendrás más suerte con mi joven hermana, que descansa allá en el balcón, y que es todavía cien veces más bella que yo. Estoy segura de que te enamoraras cien veces más de ella que de mí.
“¡Oh, jamás, mi dueña, jamás!”, suspiró el hombre, luego volvió las espaldas y se alejó.
Pero volvió pronto corriendo, su cara estaba roja de cólera y había perdido por fin su sonrisa melosa. "¡Me engañaste, no es joven ni bella, es vieja y horrible!"
“Si uno engañó al otro, ese fuiste tú”, respondió Fátima. "Jamás dejaste de hablarme de tu amor. Pero dime qué es pues tu amor que tan súbitamente cambia por otro, por cualquiera otro, con tal de que se te diga que es más bella. Un amor verdadero habría sido menos charlatán, y habría mostrado más constancia.
Y con aires de orgullos se fue hacia las rosas de su jardín. Por fin se sentía feliz, pues se había liberado de las sonrisas melosas y los cameleos de este individuo. Porque Fátima no sólo era rica y bella, era también inteligente.

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